domingo, 23 de septiembre de 2007

Caudillos, Independencia y Nacionalismo en el Perú Post- Independencia

Caudillos, Independencia y Nacionalismo
en el Perú Post-Independencia


Daniel Loayza Herrera[1]


A
l revisar el derrotero de la historia peruana posterior a la independencia nos surge la pregunta ¿Cómo fue posible que el Perú, pese a su falta de unidad geográfica, cultural, social y a la ausencia de una clase dirigente no terminara balcanizándose, convirtiéndose en varias repúblicas?

La independencia del Perú, más que el resultado de “unión” de los peruanos y de la insurgencia de un sentimiento patriótico colectivo, fue el epílogo de la descomposición del sistema colonial español.

El modelo de dominación colonial entró en franca decadencia en el siglo XVII, cuando la metrópoli peninsular pasó a ser una potencia de segundo orden frente a otras, como Inglaterra y Francia. Las reformas borbónicas, impulsadas principalmente por Carlos III, no pudieron devolverle a España el lugar preeminente que había ocupado en el ya entonces lejano siglo XVI [2]

La invasión napoleónica a España, en 1808, y la llegada de las fuerzas de San Martín y Bolívar fueron tan sólo dos capítulos de una crisis que empezó en la península, pero que culminaría en los Andes del Perú. El Perú se vio arrastrado a separarse de España simplemente porque ya no estaba en capacidad de retenernos.

La ausencia de una clase dirigente con un proyecto nacional fue llenada por caudillos, mayormente mestizos, formados inicialmente en el ejército español, pero que una vez lograda la separación de España, vieron la oportunidad de hacerse con el poder. Nuestra independencia no fue el resultado de la irrupción ciudadana; sino la consecuencia de batallas ganadas por a fuerza de las armas. Por esto los militares forjados en el combate se sintieron con derecho a gobernar eso que conocemos como Perú [3]

El Perú, después de la batalla de Ayacucho, ni siquiera tuvo una clase dominante medianamente organizada a nivel de todo el territorio que heredamos del virreinato[4].La sociedad peruana estaba fragmentada y el Estado republicano en términos prácticos era inexistente. Sobre este panorama sombrío se alzó la figura del caudillo militar.

El caudillo militar era comúnmente un personaje mestizo, de gran ambición política y capacidad de movilización a través de mecanismos clientelistas. En la mayoría de los casos se había formado militarmente dentro de las fuerzas españolas; pero luego, ante la descomposición del sistema colonial español, terminan luchando en el bando libertador.

El caudillo militar representa su posición personal y la del grupo que lo apoyaba, mayormente redes de dominación regional. No representó la posición del ejército, puesto que como institución este era inexistente y no pasaba de ser la partida que acompañaba al caudillo de turno. Esto lo llevó a tener como rasgos fundamentales su personalismo y su pretención autocrática. Pero a pesar de ello, y en algunos casos, el caudillo militar fue uno de los elementos que permitió mantener la unidad del territorio heredado de la colonia.

El caudillo militar articuló eficazmente el interés personal con el discurso nacionalista, patriótico e integrista. Su condición de mestizo le permitió presentarse como la síntesis de lo nacional, la encarnación de los rasgos distintivos del Perú, tan buscados por aquellos años. Era de igual manera el símbolo de la asunción política de los mestizos del Perú, en una sociedad acostumbrada a que la cúspide social sea un monopolio de los blancos. Es indudable que el ejército fue el medio más eficaz de ascenso social en las décadas inmediatamente posteriores a la independencia, y éste nuevo sector de “militares afortunados”[5] encontró en el discurso nacionalista su mejor justificación ideológica.

En el discurso nacionalista peruano, propiciado por los caudillos militares encontramos tanto elementos geográficos, como étnicos. En el primer caso, la defensa de la integridad territorial se convirtió en la gran justificación para la asunción de algún caudillo militar. Sucedió con Gamarra en 1829, debido a la amenaza colombiana; con Salaverry, contra la intromisión boliviana; Gamarra nuevamente contra la Confederación Perú- Boliviana. El segundo elemento que los caudillos manejaron fue el étnico. La idea de ser ellos los descendientes, gracias a su mestizaje, de la línea de mando legítimo de los Incas. Por ello, por ejemplo vemos a Gamarra, aprovechando su origen cuzqueño, utilizando representaciones y alegorías incásicas para afirmar su poder y caudal político en el sur peruano.

La idea de lo territorial como fundamento de la peruanidad, de la patria, nos viene desde el siglo XVIII. En la construcción criolla de la idea de lo peruano lo territorial fue lo distintivo. Los abismos sociales no permitieron entender nuestra peruano en términos sociales ni culturales. Lo peruano fue definido precariamente como lo territorial[6]

El discurso nacionalista encarnado en los caudillos fue más la negación de lo no peruano que la afirmación de lo propio. Fue la territorialización de una identidad en formación, pero aún inexistente. Nuestro nacionalismo no se sustentó en la idea de raza o de cultura, sino en la negación del otro, en la xenofobia. Es así que vemos un discurso nacionalista y anti-bolivariano sustentado en la idea de que Bolívar era un extranjero colombiano tan sólo un año después de haber sido el hombre más vergonzosamente loado en la historia de nuestro país.

Pero para bien o para mal, el territorio fue la fuente de inspiración de la idea de la unidad nacional, fue el elemento tangible que nos daba la certeza de la existencia del Perú. La concepción de un territorio que debía mantenerse unido permitió ir consolidando aquello que Basadre llamó la determinación nacional.

Frente a la debilidad de las instituciones y la falta de integración geográfica y territorial el militarismo caudillista fue un factor que permitió conservar la precaria unidad territorial. El discurso nacionalista fue altamente eficaz para evitar la cristalización de opciones secesionista en el Perú. Le dio al país una imagen de unidad. Esta imagen estuvo encarnada en caudillos que, por sus raíces mestizas, lograron muy bien representar a lo indígena y a lo español, y que ofrecían, a través de su autoritarismo autocrático, compensar la ausencia de un Estado real. Dos ejemplos destacados de ello son Gamarra y Castilla.

Gamarra fue el caudillo más importante de nuestras primeras dos décadas de vida independiente. Su oposición a la desmembración del Perú en Estado sud-peruano y nor-peruano, durante la Confederación se puede explicar muy bien por un interés personal sustentado por un discurso nacionalista.

Gamarra sabía que si Santa Cruz consolidaba la Confederación no tendría ninguna oportunidad política, pero también era consciente que sus intenciones de hacer abortar el proyecto Confederado podría tener mejor resultado apelando al discurso nacionalista, a la defensa de la integridad territorial del Perú. Gamarra tenía tenia un discurso nacionalista, que más bien consideraba que Bolivia debía ser integrada al Perú. El fracaso de la Confederación significó la llegada de Gamarra a la presidencia por segunda vez.

La llegada de Gamarra al poder evitó la desmembración del Perú en dos Estados, habida cuenta que Santa Cruz había estado planificando la integración del sur peruano y de Bolivia, por lo menos desde 1829, ya que el puerto de Arica era estratégico para el país altiplánico.

Castilla también tuvo una destacada participación en este proceso. En 1829 fue él quien descubrió la confabulación de Santa Cruz y diversos círculos en Arequipa, Cusco y Puno que buscaban separarse del Perú e integrarse a Bolivia, en 1829. Castilla, al igual que Gamarra, fue opositor a la división del Perú. Durante su gobierno tuvo un papel destacado el intento de construir un Estado que ejerza dominio en todo el espacio territorial del Perú.

[1] Historiador y educador
[2] Estas comprendieron desde la liberalización del comercio y el aumento en los impuestos, hasta la creación de nuevos virreinatos, como fue el caso del virreinato de Nueva Grana y del Río de la Plata.
[3] Basadre mencionó que uno de los rasgos característicos del Perú post- independencia fue el militarismo caudillista.
[4] Flores Galindo sostuvo que una de las características de la etapa posterior a la independencia fue el vacío de poder, llenado por los jefes militares.
[5] Término que utilizó San Martín durante su último discurso ante el primer congreso constituyente del Perú para referirse a los jefes militares que por ambición personal podían llegar al poder por la fuerza de las Armas.
[6] Esto se puede apreciar en los artículos publicados en el Mercurio Peruano.

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